Alzheimer, gerundio, presente

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La escritora y periodista, Teresa Cabrera, comparte sus apreciaciones sobre Ejercicios contra el Alzheimer de Virginia Benavides, el título que da inicio a La Trenza, colección de poesía escrita por mujeres de nuestro sello La Purita Carne en una nota aparecida en la revista Quehacer.

Estos textos proponen a quienes los lean, habitar el gerundio, el presente infinito. Son textos que se resisten a permanecer y se expresan en paisaje. Si el Alzheimer es sugerido como una memoria que se desvanece con el tiempo, este libro no ve en ese desvanecimiento una falla, sino una posibilidad de retorno y recreación a los mundos de la adquisición de la capacidad de razonar, a los mundos de la infancia, a la vivencia de la maternidad y a su exaltada sensorialidad.

Lee Habitar el gerundio, liquidar el presente en Revista Quehacer: http://revistaquehacer.pe/n9#habitar-el-gerundio-liquidar-el-presente

A parar la oreja… vienen las Achoradas

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Nuevas voces con reclamos urgentes llegan a nuestros oídos a través de la virtualidad. Achoradas sabrosas, diversas, vociferantes, aferradas a las rocas de su legítima lucha y feministas, recontra feministas. Así son Lorena Peña, Liliana Albornoz y Rocío Fuentes que levantan sus voces en este podcast que llega a su tercer episodio y nos ha acostumbrado ya a sus jugosas, exhaustivas, divertidas y necesarias entregas.


¿Qué puedes encontrar en Achoradas? Escuchar esta iniciativa de purito corazón y punche, impulsada por la colectiva Collera y El Galpón Espacio, es sumergirse en el diálogo feminista que suena fuerte en la región. Cada episodio desarrolla un tema crucial: el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, la ciudadanía, poder y representación política de la mujer… y a partir de él se pasa revista a documentos históricos, poesía, arte, denuncias, testimonios y mucha buena música. Todo esto que no escucharás en los insufribles medios tradicionales peruanos que, como bien sabemos, huelen mal.


Este tercer capítulo, Esterilizaciones forzadas, ¡Nunca más!, es una perfecta muestra de lo que es Achoradas, tu pastilla para despertar, para no olvidar. En los graves momentos que vive nuestro país es una obligación escucharlo para no olvidar una de las más grandes tragedias que han vivido las mujeres peruanas (las Achoradas nos recuerdan que también contamos hombres entre las víctimas de Alberto Fujimori.


Así que ponte tus auriculares para informarte, entretenerte, reflexionar y crear conciencia con este podcast feminista ¡con harta concha!

Escucha todos sus episodios en Spotify y síguelas en las redes de Collera y El Galpón Espacio para estar al tanto de los nuevos episodios.

La fotografía se desnuda

fotografía, traducción
Tour Eiffel, Germaine Krull, hacia 1928

Una de las cosas que cuenta Michel Frizot en el catálogo de la exposición Germaine Krull (1897-1985). Un destin de photographe  realizada en 2015 son las duras lineas de Barthes en su biblia de la fotografía, La chambre claire, sobre la fotógrafa: «Hay ocasiones en que detesto la fotografía: qué tengo yo que ver con los troncos viejos de Eugène Atget, los desnudos de Pierre Boucher, las sobreimpresiones de Germaine Krull». Sin embargo, hay que entender al profeta. Su libro es un cerebro que palpita como un corazón sensible, hecho de impresiones personales y ello hace del libro la genialidad que es.


Al margen de Barthes, está la obra de esta fotógrafa, a quien se le conociera como «Perro loco» (Chien fou; título con el que nombra un manuscrito todavía inédito), una de las pioneras del reportaje fotográfico, cuya influencia en el photobook, el libro objeto, la fotonarración merece ser estudiada con mayor profundidad. Una amante de los fierros (protagonista de abundantes series sobre el acero en fábricas o en construcciones como la torre Eiffel) y de la velocidad, el automovilismo así como del cuerpo (recuérdense sus series de «manos» y, por supuesto, sus desnudos femeninos). Sus «sobreimpresiones» incomprendidas por Barthes, que pueden llegar a sintonizar con la sensibilidad del cine expresionista alemán, son una parte minúscula de una obra variada que pasea su ojo por los quartiers populaires de Marsella, retrata los maniquís en las vitrinas de la sociedad consumista, pero también se enrola en un casino de Montecarlo para copiar las caras de sus visitantes y, años más tarde, registra monumentos budistas en su paso por Asia.


Solemos lamentar la poca escritura de los artistas fotógrafos, este no es el caso de Krull quien escribió mucho sobre su complicada vida y la práctica fotográfica. A continuación, un breve e intenso texto suyo aparecido en su libro de estudios de desnudos, publicado en 1930 y que es un incontournable de los estudios introductorios sobre la edición fotográfica. El texto resalta por su belleza, transparencia, sabiduría y sencillez.

Autorretrato, Germaine Krull, 1925

Prefacio a Etudes de nu, Paris, Librairie des arts décoratifs, A. Calavas, 1930

«Miroir reformant»

Jean Cocteau

Fotografiar es un oficio. / Un oficio de artesano. / Un oficio que se aprende, que se hace más o menos bien, como todos los oficios.

El arte existe en todos los oficios bien hechos, porque el arte es una elección.

La primera ciencia del fotógrafo es saber mirar. / Se mira con los ojos. El mismo mundo, visto por ojos diferentes, no es para nada el mismo mundo. / Es el mundo a través de la personalidad. / Con un solo clic, el objetivo registra el mundo al exterior y el fotógrafo al interior.

El objetivo es un ojo mejor que el ojo. / Merece observar el mundo mejor hecho que el mundo, o hecho de otra manera, lo que ya está bastante bien. / Cada ángulo nuevo multiplica el mundo por sí mismo.

El aparato no tiene que inventar, combinar, engañar, manipular. / No se trata de la pintura, ni la imaginación. / El fotógrafo es un testigo. / El testigo de su época. / El verdadero fotógrafo es el testigo de todos los días, el reporter. / Que no siempre tenga su ojo a un metro cincuenta del suelo, es natural. / Sin embargo, que piense siempre en el suelo, el suelo de hoy, de esta mañana, de este jueves por la mañana, o de este día tan bello que uno olvida indagar el nombre que lleva por azar. / El mundo. / El mundo de la época.

Y el hombre que solamente es un objeto móvil mas en el mundo, y en la época.

Y el hombre, moralmente idéntico a través del tiempo. Hacer desnudos, por qué? / Porque es hermoso desde siempre y porque una mañana de verano tuve ganas.

Germaine Krull

[Traducción del francés: Carlos Estela Vilela]

Germaine Krull (1897-1985). Un destin de photographe. París, Éditions Hazan / Jeu de Paume, 2015. p. 254

Colores beatos desde Japón

fotografía, interculturalidad

«De otra época» es el epíteto que Pierre Loti utiliza para describir el barrio donde tiene su estudio Shimooka Renjõ, el fotógrafo que elige para reproducir su imagen en la víspera de abandonar Japón. El escritor francés parece percibir cierto contraste entre la modernidad fotográfica europea y un país oriental cuya otredad es parte de un remoto pasado. Hélène Bayou recurre a Loti para introducir la obra del fotógrafo veneciano Felice Beato, un testigo de la transformación que sufre Japón en la segunda mitad del siglo XIX.  La obra japonesa de este fotógrafo migrante, de quien es fácil olvidar el origen italiano debido a sus múltiples desplazamientos (sin contar que se naturalizó británico), no es meramente documental, no es exclusivamente “pintoresca”. A través de sus geishas y samuráis, pero también artesanos, vendedores de curiosidades, puede sentirse una bisagra, un fascinante intercambio de forma y fondo entre occidente y oriente.

Sus comienzos en fotografía se dan en Malta donde ¿a los veinticinco años? (se especula sobre su nacimiento entre dos fechas: 1825 y 1830) se cruza con el  fotógrafo escocés James Robertson, quien se convertiría en su cuñado y con quien continua ruta hacia Constantinopla. Juntos asumen en 1855 la continuación del registro de la guerra de Crimea que había iniciado Fenton. El equipo prosigue su trabajo de fotorreportaje de guerra en India. A inicios de la década del sesenta, Beato llega a China para documentar la guerra del Opio; una década después esta en Corea con los estadounidenses. En China se relaciona con el ilustrador Charles Wirgman con quien inicia otra sociedad importante. En 1863 se instala en Japón y abren su estudio en el puerto de Yokohama.

Quizás los únicos recuerdos de aquella época bélica en los veinte años de su trabajo japonés hayan sido refrescados en las armas y armaduras de los guerreros de antaño que se suceden en las fotos, congelados en poses de gloria o imitaciones del combate. Aunque es cierto que también en Japón se ocupó de reconstruir escenas de ejecuciones públicas y perennizar, como en India o China, sitios arqueológicos (practica que no abandona; lo hace también en Burma casi al terminar el siglo, en 1897). Estas imágenes conversan con los retratos de mujeres y paisajes que deben leerse prestando atención a las tradiciones japonesas de la estampa (ukiyo-e) y la pintura de mujeres hermosas (bijinga) tanto en lo que respecta a las técnicas como los motivos.

[Lacoste, 2010]

En este sentido, es natural que nos asalten interrogantes en relación con el rol de Wirgman. En qué medida su experiencia plástica contribuyó en la «iluminación» de las fotografías? ¿Hubo alguna transmisión/transición en el momento en que el estudio empieza a contratar mano de obra local experimentada para la función de dar color a estas fotografías? ¿En qué grado se tocan dos culturas sobre el papel albuminado?

Es necesario decir que la firma del fotógrafo podría acaparar protagonismo en desmedro del colorista. En el caso de las imágenes que se atribuyen a Beato, obviar este detalle es no solo injusticia, es un descuido. Lo es más dado que el mismo Beato llama la atención sobre él; lo llama «nuestro artista» y, además, lo inmortaliza en un retrato.

Our chief artist, 1868 [Lacoste, 2010]

En el caso de estas imágenes coloreadas sentimos la impresión de estar más allá de meras exigencias comerciales. Quizás la adecuación tenga bastante que ver con privilegiar  la acuarela frente al óleo empleado para tal fin en Europa, lo cierto es que la invasión del color en estas imágenes grises parece operar hasta hoy como el gatillo perfecto para revivir el sueño de cierto Japón capturado cual fantasma antes de desaparecer, apelando a un lirismo que combina bien con nuestra mirada orientalista o, mejor aún, la alimenta.

Bibliografía

Lacoste, Anne. Felice Beato. A photographer in the Eastern road. Los Angeles, Getty Museum, 2010.
Bayou, Hélène. En: Felice Beato et l’école de Yokohama. París, Photo Poche, 1994.

Más fotos del álbum Beato de la colección del Smith College Museum of Art del Massachusetts Institute of Technology

Defender el rito. Un sueño con Juan Javier Salazar

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No suelo contar mis sueños; mucho menos por escrito. Esto es así porque generalmente no los recuerdo fácilmente y cuando pasa los fragmentos de imágenes o frases desaparecen entre mis manos como un puñado de arena. Por eso, en ocasiones, cuando se aferran, los ayudo a detenerse con la escritura. Esta ocasión es especial porque el día de hoy desperté luego de haber soñado con el artista peruano Juan Javier Salazar.

El sueño era simple. En él me encontraba yo esperando mi turno para ser atendido en el consultorio de un psicoanalista. El terapeuta era él.  Había una cola de unas cuatro o cinco personas. No tenía una cita; las personas se sucedían como en las colas que se forman en los puestos de los yatiris puneños en los mercados esperando para leerse la hoja de coca. Mientras esto sucedía podía observar con detenimiento, como en una suerte de consultorio museal, diferentes objetos (huacos, historietas, muñecos) producidos por él. Mi sueño acabó, o por lo menos hasta este punto recuerdo, cuando llegó mi hora y él me preguntó la razón de mi visita. Había participado en las protestas contra los golpistas reprimidas violentamente por la policía y el efímero gobierno Merino. Esto no es cierto porque solo pude seguir los sucesos de esta semana sangrienta con la mente y el alma a la distancia, del otro lado del océano. Como a muchos de nosotros nos pasa, sentía que necesitaba ayuda para digerir todo lo acontecido.


Mientras escribo sigo preguntándome cuál es el sentido de haber soñado con Juan Javier, a quien sólo vi una vez en mi vida en casa de un amigo con su tierno tigrillo llamado Perú entre brazos. Pienso que soñé con J.J. porque me acosté con estas noticias con olor a los noventa sobre la vandalización de los altares y lugares de la memoria en homenaje a Inti y Bryan. Ver las imágenes en las que «con premeditación y alevosía» se arremete contra una pared recuperada e ilustrada por y para el recuerdo y no un lienzo callejero más, uno en el que están escritos todos nuestros nombres, porque estos muertos no tienen bandos, son NUESTROS muertos.

Mural en memoria de Inti Sotelo y Bryan Pintado antes de la vandalización por parte de grupo de militantes fujimoristas.


Si a alguno le quedan dudas sobre quiénes son capaces de irrumpir en este velatorio nacional, no recuerda la pintura naranja arrojada sobre El Ojo que llora, no le alcanza la mirada o el recuerdo para deducir en qué mentes perversas y sin escrúpulos, blindadas por décadas podría surgir una idea tal. El tiro dirigido a sus pies estaba programado desde el principio para salir por la culata e impactar en la propia cara. La pseudo secta o banda delincuencial de los Fujimori busca acomodarse como toda la vida sacrificando un par de peones de La Resistencia Naranja.

Entonces, mi retorno a Salazar (1955-2016), quien sigue vivo entre nosotros a través de sus «obras», es obvia. Me cuesta emplear nomenclatura artística con él de quien pienso trataba de eliminar las fronteras imaginarias entre arte y vida. Le escuché alguna vez decir que buscaba solucionar los conflictos (personales y nacionales, que no es lo mismo pero es igual) que encontraba a su paso con soluciones rituales. Sus intervenciones en calles y autobuses pueden leerse como una búsqueda de sanar mediante la acción artística que es precisamente lo que impulsó espontáneamente a quienes erigieron estos lugares para la memoria. La brutalidad, en todo el sentido de la palabra, no podrá quitarnos el duelo. Si quisieron azuzar el fuego, pues el de la violencia es su único lenguaje, los jóvenes de mi país responderán con arte y amor. Tenemos la tarea de cumplir el deseo de Juan Javier: «poner el país de nuevo en manos de sus habitantes».

Prejuicios de escribano: ¿Monsieur Peuvrier, Ber o Ricardo Palma?

decolonialismo, escritura
Uomo Botocudo (Brasilia), daguerrotipo de Thiesson por encargo del anatomista E. Serres en 1844.

Curioso que siendo recogida desde la oralidad, esta anécdota sirva para caricaturizar performances culturales usualmente reconocidas como desvinculadas de la escritura. En mi opinión es vano lanzarse a determinar si fue el communard Théodore Ber (Figeac, 1820-Lima, 1900), a quien remeda Achille Peuvrier en su lección de 1885, o nuestro célebre Palma, el primero en contarla sobre papel con tinta: Dos “indígenas”, “peruanos”, para el etnógrafo o “mitayos”, como los llama don Ricardo en su bien conocida tradición Carta canta, quienes le atribuyen a una nota el haberlos acusado de comerse un mandado de frutas que debían transportar. Un cuento convertido en comedia que a todas luces se pierde en el hervidero maravilloso del boca a boca.

Sorprende aquí, e importa cuestionarse, además, la autoridad desde la que enuncia, Monsieur Peuvrier, miembro de la Société d’Ethnographie y de la Société Américaine de France, quien se refiere a estos “pueblos infantiles” de “música ensordecedora” como pastores “bastante ignorantes” con lo que inmediatamente deslegitimiza reduciendo a mecanismos mnemotécnicos los quipus a los que se refiere en líneas precedentes. Convendría echar un vistazo a su trayectoria en Sudamérica, revisar sus fuentes para producir este panorama ambicioso sobre el desarrollo humano en esta parte del mundo que, a pesar de la belleza de sus textiles, su agricultura bastante desarrollada o su manera de distribuir los recursos –todas cualidades que admite–, no fueron capaces de incitar en el autor una invitación a profundizar su estudio, a detectar prometedores hallazgos posteriores.

Esta anécdota que pretende pasar como contrabando de evidencia científica condensa el pensamiento que se alterna con el imaginario popular que alimentaron relatos de viajeros, exploradores o naturalistas de fin del XIX. La consolidación de una mirada, en el mejor caso paternalista, de las distinguidas “otras razas” que no alcanzaron la cúspide de una escritura alfabética basada en la incapacidad de “leer” de manera transversal al otro.

Sin embargo, insistamos, la fuente del francés es de origen oral. Escritura sobre la oralidad que la detiene para convertirla en burla por metonimia y para insistir en el patrón y la superioridad de la letra. Esto es lo que, a nuestro parecer, produce la verdadera anécdota.

Este discurso segregacionista se apoya y, probablemente, se alimenta en cierta medida de una iconografía poderosa producida por la cámara fotográfica, pero no solo eso. Echemos un vistazo al logo de la Société d’Ethnographie estampado en la carátula del texto de Peuvrier: Un hombre blanco barbudo con el pecho erguido como en ascensión escoltado como Cristo por otros dos más bajos y oscuros, menos corpulentos; todos los sexos ocultos, tomados de la mano. « Corpore Diversi sed Mentis Lumine Fratres » (Cuerpos diversos y hermanos por la luz de la mente), puede leerse alrededor de este esquema que reproduce el eurocentrismo de manera emblemática.

Por último, añadamos nuestro asombro sobre la plasticidad del discurso, que acomoda la norma en función de su beneficio. Mientras se lamenta sobre la profanación de las huacas a partir de la certeza de que valiosos documentos han sido destruidos por “nuevos vándalos”, aparece en nuestra memoria de nuevo el amigo Ber, quien luego de ser profesor, empleado de correos, administrador de haciendas, fundador periódicos, se dedicó a la arqueología en ciernes en las costas de Ancón. ¡Qué leve es la línea entre el “vándalo”, el savant y el salvaje decimonónico!

“Los incas organizaron un culto a parte, el culto al Sol. El culto de la Piedra fue igualmente muy desarrollado: la diosa Manta era venerada bajo la forma de una gran esmeralda. Estos pueblos no tuvieron escritura, o al menos los incas hicieron todo lo posible por desaparecer su uso. Se servían de qquippu, suerte de cuerdas mnemotécnicas; su sentido sería todavía comprendido por algunos pastores peruanos. Ellos son, por lo demás, bastante ignorantes. El señor Ber, de Lima cuenta, a propósito, una historia bastante divertida. Un rico propietario enviaba a su amigo de Lima una cesta de frutas y, al mismo tiempo, remitió una carta detallando su envío con dos cargadores. En el camino, los dos indígenas se refrescaron a expensas de su carga. Se preparaban a retomar la ruta cuando se dieron cuenta de que la carta había caído al suelo. Según su pensar, la carta los había visto y los podría denunciar. En efecto, el citadino les pidió cuentas sobre las frutas que faltaban y no obteniendo respuesta satisfactoria, les remitió una nueva carta. Sin embargo, los dos peruanos, al pasar por un torrente, sujetaron el ser maligno, le amarraron una piedra al cuello y lo tiraron al agua.”

Achille Peuvrier. L’Ethnographie de l’Amérique du Sud. Lección realizada durante una sesión de la Alliance Scientifique Universelle el 28 de mayo de 1885 publicada en París (Hermanos Maisonneuve y Charles Leclerc. Libraires de la Société d’Ethnographie, 1885) [fragmento traducido por Carlos Estela]

Hasta pronto, Víctor Sosa

escritura
Sosa en Lima, 2012 (Foto: Rocío Fuentes)

Hace poco más de un año lo vi por última vez en Ciudad de México, su patria por elección. Como era mi primera vez, me llevó de paseo; breve pero iluminador, dibujado por la misma pasión que lo llevó a instalarse en aquella tierra tan semejante. Apareció hecho color -como siempre-, armado de la elegancia natural de la percha y un paraguas, frente al Palacio de Bellas Artes. Sus detallados comentarios de los célebres murales me recordaron su oficio de artista visual. Al salir, nos fuimos al bar La Ópera, a tiro de piedra, solo para ver el mítico orificio dejado por la bala de Pancho Villa en el techo. Luego de unas vueltas nos fuimos por unas cervezas y tacos. Conversamos de su paso como pintor en la région parisienne y por Lima cuando nos acompañó en el Microfestival, de tacos, de terapia, de Tulum y de poesía otra vez. 


En estos momentos tan desgarradores amasijo de incomprensión y tristeza por tu partida, Víctor, agradezco haberte visto aquella vez aunque la consciencia del fin hace aún mayor el arrepentimiento; por qué no estiramos esas horas, por qué no alcanzó el tiempo para encontrarnos siquiera una vez más… agradezco que hayamos tramado tu visita a Lima a inicios de la década y la potencia de tus libros, desde luego… aunque ahora, toda palabra es vana excepto la tuya: Hasta pronto, hasta siempre, primo poeta.

Tamaicaspi: El árbol de la lluvia

interculturalidad

He visto varios artículos sobre el “descubrimiento” de este curioso tamaicaspi o «árbol de la lluvia» en diversos medios (La España moderna, 1910; ¡Adelante!, 1911 y este mismo año los diarios Kalgoorlie Western Argus de Australia y el Coast Side Comet de California reproducen la misma información.

Estas publicaciones indicaban que la cantidad de agua recuperada de un árbol de lluvia (rain-tree) alcanza los nueve galones diarios. Los cálculos occidentales, a menudo ambiciosos, proyectan una plantación de diez millares de estos árboles capaces de producir 385 000 litros del precioso elemento.

Sin embargo, esta maravillosa planta es ya conocida por los europeos lectores de Salgari quien la menciona en una cómica anécdota de La Regina dei Caraibi (1901) haciendo notar las cualidades de la misma. En el Perú, el botánico alemán Augusto Weberbauer publicó sobre ella en el Boletín del Ministerio de Fomento en 1909. La nota que comparto, aparecida en 1877 en un diario francés (The Aberdare Times de Gales lo reproduce con ligeras variantes dos meses después) podría ser de las primeras noticias sobre el tamaicaspi en el viejo continente.

Imagen: Pixebay

» El cónsul de los Estados Unidos de Colombia, en el departamento de Loreto (Perú), acaba de escribir al presidente Prado para entregarle curiosos detalles sobre un árbol que existe en las selvas vecinas de la ciudad de Moyobamba.

Este árbol, llamado por los naturales tamaicaspi (árbol de lluvia), está dotado de propiedades remarcables. Cuando alcanza su desarrollo completo mide alrededor de 18 metros de altura; su diámetro en la base del tronco es de un metro.

Este árbol absorbe y condensa, con una sorprendente energía, la humedad de la atmósfera y se puede ver el agua gotear constantemente desde su tronco y caer en forma  de lluvia de sus ramas. Esto de una manera tan abundante que el suelo alrededor se transforma en un verdadero pantano.

El árbol de lluvia posee esta propiedad en muy alto grado durante la temporada de verano, principalmente cuando el caudal de los ríos es bajo y el agua escasea. El cónsul de Loreto propone plantar el árbol de lluvia en las regiones áridas del Perú para mayor beneficio de sus agricultores.»

Le Petit Caporal. Año 2 Núm. 232 del 11 de setiembre de 1877 p.3. [Trad. CE]

El cónsul no se calla. Delicias en los archivos diplomáticos

Francia
Foto: Carlos Estela

“El Dr. José Gálvez, quien es jefe del partido ultrademócrata y que alía a una bella inteligencia una energía y probidad demasiado raras aquí, tomó parte en la revolución de 1854. Sin embargo, luego de haber contribuido al triunfo de Castilla, se separó de él cuando creyó que el presidente olvidaba los principios del revolucionario. El Gran Mariscal intentó de todo por mantenerlo vinculado a la causa. Los ofrecimientos más brillantes no triunfaron sino para poner en relieve la incorruptibilidad y el desinterés de un hombre de talento en un país en el que el mérito es raro y donde todo el mundo, deseando ser algo, se entrega al mejor postor.” Así escribe Lesseps, encargado de asuntos comerciales de Francia en el Perú en un comunicado de 1860 enviado a Paris. Y al describir al más entrañable de los Gálvez, nos pinta a los peruanos en unas cuantas pinceladas.

Este es solo un pequeñísimo botón de los que pueden encontrarse en la correspondencia diplomática, pero no solo ello. El mismo Lesseps nos permite conocer en detalle el “asunto de los polinesios”, un triste episodio que la historia de la migración en Perú no ha estudiado lo suficiente. Otros, además de retratar políticos, descifrar sus redes, identificar enemigos o aliados, se detendrán en la influencia de la raza china en la peruana o repararán en anécdotas de diversa índole sobre las celebraciones por los carnavales o las fiestas patrias.

Larrieu sobre atentado a Castilla en julio de 1860.

Todo dependerá del cónsul. Unos con mejor prosa que otros (unos con una caligrafía más descifrable que la de otros), con mayor instinto. Los más aplicados adjuntan recortes de la prensa; todos traducen los documentos oficiales más relevantes. Esto hace que, desde una siempre bienvenida mirada exterior, revivamos momentos claves de la historia de un país. El diplomático debe ir por la médula y condensar una temperatura política, económica, social. Echar un vistazo a sus papeles es como hojear un compendio de historia escrito por alguien que no es historiador. Por supuesto que no hay que bajar la guardia, pero… ¿qué lector que se precie de serlo no se cuestiona en cada línea, en cada palabra a propósito de las motivaciones y las sensaciones detrás de la mano que mueve la pluma?

Mientras revisaba solo unos cuantos años de correspondencia del siglo XIX (y claro, un siglo en el que la letra pesaba y uno podía relamerse los dedos) en los Archives Diplomatiques de Francia, muy cerca de la casa de los entrañables amigos que me albergan, reflexionaba… admiraba y agradecía esa pasión francesa por guardarlo todo. Durante estos breves pero intensos días de turismo archivero, como parte de las investigaciones para el Grupo EMILA, fantaseaba con el día en que nuestros papeles peruanos encuentren lugares dignos, accesibles, en los que tantos de los profesionales que nos damos cita en los archivos, nos refresquemos las branquias como peces arrojados de la pecera al océano. Y con la suma de fructíferos y diversos esfuerzos casi invisibles presentar a los ávidos ojos de lectores de todo tipo –en la biblioteca del viejo Thiers solo estuvimos un jubilado y yo toda la tarde- más piezas de ese enorme literal rompecabezas que es el Perú.

Así estuve estos días previos a nuestra fiesta patria (y no sé dónde colocar los signos de interrogación), a miles de kilómetros pero en islas de papel que llevan tu nombre y aunque tan solo podría leerme el gentil guardia de seguridad que se apuraba en practicar su español conmigo en La Courneuve, quisiera enviar un saludo a todos esos funcionarios públicos de los archivos franceses que tuve –y espero seguir teniendo- el privilegio de encontrar en mi camino hacia nosotros mismos.

Foto: Carlos Estela

Caribe convulso

escritura

Tiempos recios de Mario Vargas Llosa, 2019

Vargas Llosa ha vuelto a Centroamérica. Casi veinte años después de su novela sobre la dictadura del generalísimo Rafael Trujillo en República Dominicana (La Fiesta del Chivo, 2000), el autor peruano se traslada a Guatemala para construir una cautivadora ficción sobre la caída del gobierno del coronel Jacobo Árbenz y el asesinato del tosco títere que lo derrocara: Carlos Castillo Armas.

Es, en cierta medida, una ficción histórica sobre una ficción. La novela detalla los vericuetos de la operación PBSuccess llevada a cabo por la CIA para neutralizar las reformas democráticas puestas en marcha en Guatemala. Una estrategia político-militar basada en una mentira. El gobierno estadounidense movilizó pertrechos, sicarios, opinión pública, mandatarios en diversos países centroamericanos para conducir una contrarrevolución bajo el pretexto del inventado riesgo que Árbenz suponía al pretender convertir a Guatemala en una cabecera de playa del comunismo soviético en América latina. Un personaje siniestro aparece al inicio del libro casi como una sombra para trazar el trágico boceto de este plan, el maléfico profeta de la propaganda: Edward L. Bernays y cuya única intención es proteger los intereses económicos de la todopoderosa United Fruit Company en esta parte del continente. Tan solo dos semanas en el país le bastaron para darse cuenta de que su obstáculo era el “amor desmedido por la democracia” del presidente Arévalo. Una línea que Árbenz continuaría tratando de copiar el modelo de los Estados Unidos. Es esta desgarradora ironía el telón de fondo sobre el que desfilan los personajes de Tiempos recios.

En sus páginas rebrotan los habituales diálogos cruzados (o superpuestos) a los que nos tiene acostumbrados Vargas Llosa; la agilidad de la acción dosificada en capítulos breves como rounds precisos; un tiempo que avanza y retrocede controlando la tensión, capturando la atención, adiestrado por el también habitual narrador que conoce las ambiciones y los miedos de sus personajes hasta el punto de casi gozar con ellos. Un placer que para la gran mayoría de ellos resulta efímero, insípido, en la medida en que casi todos resultan siendo títeres orquestados por poderes oscuros. En este sentido, pensemos en la interrumpida cristalización del sueño demócrata social de Árbenz para “modernizar y sacar de las cavernas a Guatemala” que lo hunde en la inevitable constatación de su propia ingenuidad, pero también en las desapariciones de Enrique Trinidad y Johnny Abbes García. Tanto los cultos cándidos idealistas como los matones asalariados por los poderes de turno y que tropiezan en sus propias redes están imposibilitados de escapar de sus desgracias. Pareciera que solo las alianzas con los más altos poderes –como la que se sugiere entre la Madrastra (CIA) y Miss Guadalupe– garantizaran el éxito.

En el epílogo, del cual podría haberse fácilmente desprendido la novela, en el que el narrador se desnuda en primera persona, se desata, por consiguiente, una táctica de verosimilitud que hacia el fin se homologa con el discurso y juicio del articulista de diario y finaliza con una diatriba anticastrista. Sin embargo, a pesar de –y, precisamente por– operar desde la anécdota contemporánea termina de construir el perfil de un personaje como el de Marta Borrero (Miss Guatemala) de una sublime complejidad que se debate entre la ostentación, la seducción, la sagacidad, el ridículo y deja traslucir una deliciosa probable conspiración contra su amante: Castillo Armas.

Marta Borrero ecuerda por instantes a Doña Bárbara y esto, al tratarse de una ficción histórica impide que acusemos a la obra de apoyarse en un viejo estereotipo por la sencilla razón de que la realidad, a menudo y como parece ser en este caso, está plagada de ellos. Ciertamente, Marta despierta una fascinación en los hombres que le permite conseguir sus objetivos usándolos como medios. Este poder está asociado en la narración, por supuesto, con su voluptuosa belleza física, su audacia e inteligencia, pero también es atribuido a fuerzas sobrenaturales: “¿Era Miss Guatemala una niñita inocente o un ser diabólico? (p. 127) que le permiten seducir las fuentes del poder.

Convendría revisar la antigua dicotomía entre civilización y barbarie que vuelve al ruedo en Tiempos recios de manera bastante evidente en la figura de su esposo, el doctor Efrén García Ardiles quien abandonado y exconvicto llega a preguntarse si su decadencia se origina luego de violarla y embarazarla a los quince años (es decir, abandonarse a sus instintos primarios) y verse obligado a casarse por el padre furibundo quien lo visita para darle ese ultimátum en su consultorio entre “estantes con libros y objetos primitivos maya-quichés…” (p.36); una alegoría de su lucha interna. Más adelante, el mismo afirmará que: “En Guatemala, la historia retrocedía a toda carrera hacia la tribu y el ridículo” (p. 125). En este vaivén no solo se encuentran los personajes, el país entero, es arrastrado hacia la temida oscuridad primigenia. El clímax ocurre en la escena macabra a cargo de los tonton macoutes de Papa Doc: “más que matanza, una fiesta bárbara, primitiva, un ritual. […] como en los tiempos remotos, los de las cavernas y las selvas prehistóricas” (p. 332).

Con esta novela, Premio Francisco Umbral al Libro del Año en 2019, se entabla un diálogo evidente con La Fiesta del Chivo pero su amplitud es mayor. El caso guatemalteco –o dominicano– resulta un triste epítome en el que no solo se condensa un pasado latinoamericano doloroso sino que ayuda a identificar responsables y comprender su cruda gestación y las implicancias que tiene en el presente compartido que vivimos. Es denuncia, es reivindicación, es un recordatorio de situaciones que no han variado gran cosa, de tenebrosos procedimientos de control e intrincados mecanismos del poder que se han perfeccionado con los años y progresos tecnológicos.

En tiempos de la posverdad, es una lectura ineludible.

[Texto publicado originalmente en Americanistes]