El cónsul no se calla. Delicias en los archivos diplomáticos

Francia
Foto: Carlos Estela

“El Dr. José Gálvez, quien es jefe del partido ultrademócrata y que alía a una bella inteligencia una energía y probidad demasiado raras aquí, tomó parte en la revolución de 1854. Sin embargo, luego de haber contribuido al triunfo de Castilla, se separó de él cuando creyó que el presidente olvidaba los principios del revolucionario. El Gran Mariscal intentó de todo por mantenerlo vinculado a la causa. Los ofrecimientos más brillantes no triunfaron sino para poner en relieve la incorruptibilidad y el desinterés de un hombre de talento en un país en el que el mérito es raro y donde todo el mundo, deseando ser algo, se entrega al mejor postor.” Así escribe Lesseps, encargado de asuntos comerciales de Francia en el Perú en un comunicado de 1860 enviado a Paris. Y al describir al más entrañable de los Gálvez, nos pinta a los peruanos en unas cuantas pinceladas.

Este es solo un pequeñísimo botón de los que pueden encontrarse en la correspondencia diplomática, pero no solo ello. El mismo Lesseps nos permite conocer en detalle el “asunto de los polinesios”, un triste episodio que la historia de la migración en Perú no ha estudiado lo suficiente. Otros, además de retratar políticos, descifrar sus redes, identificar enemigos o aliados, se detendrán en la influencia de la raza china en la peruana o repararán en anécdotas de diversa índole sobre las celebraciones por los carnavales o las fiestas patrias.

Larrieu sobre atentado a Castilla en julio de 1860.

Todo dependerá del cónsul. Unos con mejor prosa que otros (unos con una caligrafía más descifrable que la de otros), con mayor instinto. Los más aplicados adjuntan recortes de la prensa; todos traducen los documentos oficiales más relevantes. Esto hace que, desde una siempre bienvenida mirada exterior, revivamos momentos claves de la historia de un país. El diplomático debe ir por la médula y condensar una temperatura política, económica, social. Echar un vistazo a sus papeles es como hojear un compendio de historia escrito por alguien que no es historiador. Por supuesto que no hay que bajar la guardia, pero… ¿qué lector que se precie de serlo no se cuestiona en cada línea, en cada palabra a propósito de las motivaciones y las sensaciones detrás de la mano que mueve la pluma?

Mientras revisaba solo unos cuantos años de correspondencia del siglo XIX (y claro, un siglo en el que la letra pesaba y uno podía relamerse los dedos) en los Archives Diplomatiques de Francia, muy cerca de la casa de los entrañables amigos que me albergan, reflexionaba… admiraba y agradecía esa pasión francesa por guardarlo todo. Durante estos breves pero intensos días de turismo archivero, como parte de las investigaciones para el Grupo EMILA, fantaseaba con el día en que nuestros papeles peruanos encuentren lugares dignos, accesibles, en los que tantos de los profesionales que nos damos cita en los archivos, nos refresquemos las branquias como peces arrojados de la pecera al océano. Y con la suma de fructíferos y diversos esfuerzos casi invisibles presentar a los ávidos ojos de lectores de todo tipo –en la biblioteca del viejo Thiers solo estuvimos un jubilado y yo toda la tarde- más piezas de ese enorme literal rompecabezas que es el Perú.

Así estuve estos días previos a nuestra fiesta patria (y no sé dónde colocar los signos de interrogación), a miles de kilómetros pero en islas de papel que llevan tu nombre y aunque tan solo podría leerme el gentil guardia de seguridad que se apuraba en practicar su español conmigo en La Courneuve, quisiera enviar un saludo a todos esos funcionarios públicos de los archivos franceses que tuve –y espero seguir teniendo- el privilegio de encontrar en mi camino hacia nosotros mismos.

Foto: Carlos Estela

Ramdame padre

escritura, interculturalidad

Ramdame tiene esquirlas de balas argelinas en el brazo. Ramdame es amazigh y presume de Zidane. Ramdame domina las magias mecánicas: Lo he visto recrear sistemas de iluminación en una cava parisina; me enseñó el uso de los dispositivos de destrucción. Elementales como la comba, el cincel, el mazo, la pata de cabra; sofisticados como el martillo neumático y la tronçonneuse. No usaba guantes porque nos hacen perder sensibilidad. Adoraba los detalles y la pulcritud. Sabía controlar sus tiempos, sus recursos, sus fuerzas. Me adoptó luego de medirme un buen tiempo.

Lyonel me llevó a Boulogne para demoler los interiores de una casa frente al estadio Roland Garrós.  Yo no sabía hacer nada. Llevaba una semana limpiando patios, almacenes en el norte. Ramdame fue duro con sus palabras y su destreza me dejaba constantemente en ridículo. Sin embargo, pese a los antecedentes marciales, su paciencia e inteligencia ilimitadas, nuestra semejanza inmigrante, nuestro tercermundismo, nuestra nostalgia, nos hicieron comer kilos de carbón, de cal, juntos; distribuir sabiamente los botines y las tareas… compartir nuestras culturas tan idénticas distantes.

Este bereber presenció mi rito de pasaje en una oficina palaciega en el dieciséis cuando el vidrio de la ventana aquella se partió en mi antebrazo derecho que él cubrió inmediatamente deteniendo la hemorragia.

Ramdame ha sido mi compañero, mi amigo, mi cómplice, mi hermano mayor, mi padre, mi maestro.

¡Azul Fellak, Ramdame!

à plus Lionel

escritura, interculturalidad

deconstructeur

Mi primer trabajo para Lionel fue en Aubervilliers. Era la primera vez que descendía a las entrañas de un edificio para vaciarlas. Lo encontré donde acordamos en su camioneta blanca destartalada, empolvada, disfrazada de gitano, que llenaríamos innumerables veces con el contenido de estas cavas. Con el dinero que gané pude ir a Cerdeña en verano.

Sin embargo, Lionel me dio mucho más que estabilidad económica en Francia. Lionel me entregó al tiempo, cuando me incluyó en sus demoliciones, un hermano argelino: Ramdame. Justo y protector como todo bereber. Armado de paciencia, Ramdame, me enseñó lo que debía saber para destruir sin destruirme. Sobre todo, me convirtió en amazigh.

Lionel también me dio una llave para entrar a edificios de grandes diseñadores, fabulosos departamentos en el 16ème o maravillosas casas en las afueras pero también submundos en Belleville o el norte de París, ratoneras devastadas como bombardeadas durante la Segunda Guerra. No es curioso que la imagen de aquella Europa reapareciera una y otra vez trabajando en esas cavas donde es fácil imaginarse a decenas de familias guarecidas del espanto.

Luego y siempre, está el café. Cuando Lionel nos visitaba de tiempo en tiempo en el chantier con su eterna sonrisa y paso cansado, nos contaba alguna novedad en francés chileno y nos llevaba a algún café cercano. Allí lo poníamos al tanto e iniciábamos charlas sobre política, cultura, geografía, conflictos en medio oriente que se extendían en francés a través del periférico y atravesaban Argelia, Santiago y el Callao para terminar expulsando el contenido de su camioneta allí donde termina la Propreté de Paris.

Cuando el negocio creció vino el cambio de camioneta. Más nueva y grande, requería en ocasiones de unos cuantos brazos más. Fue allí que Edgar, un amigo cuzqueño, reforzó el equipo. Edgar, como otros peruanos que trabajan en estos affaires, me comentó del trato que les daban nuestros compatriotas, sus empleadores; sin embargo, con Lionel nunca conocí problemas. Salvo alguno que otro retraso; ningún atraso.

Tanto así que yo recibí ya de regreso en Lima mi última paga y luego una llamada, la única y última que recibí de él aquí, tan cortés y cordial como siempre. De hecho, no recuerdo haberlo visto de mal humor ninguna vez; esto parece increíble trabajando en París.

Me arrepiento ahora que Lionel no puede leer estas cuantas líneas de no haber devuelto la llamada durante estos años y agradecerle por todo lo que quizás insospechadamente me dio.

La última vez que nos vimos Lionel me regaló una bella edición de Prométhée ou la vie de Balzac, el libro tiene un epígrafe de Nerval: Parlons un peu de Balzac, cela fait du bien. Yo digo exactamente lo mismo de Lionel.