en el cúmulo de mi basura cotidiana, en pantallas o ventanas de transportes públicos descosidos con esmero vocacional, vienen versos cabalgando dromedarios repletos de racimos de yucas altivas y sonantes de parodia sin odiar, a veces el rap del hip, otras el son del sinsabor deste modelo de vida (o)accidental pero transeúnte e incluso algunas, un clamor del siervo ante su dios cuando el quejido se hace agudo.
Entonces aquí se encuentran señores, señoritos, monjes, unos tantos primates sinceros o negros fantasmas en un locus amoenus que se me aparece ante los ojos como un dispendio de comida rápida y cosmopolita en la urbe centro del cosmos en la tierra que lleva por nombre el del conjunto que nos convoca.
Allí los personajes en canon encañonan con sus voces que detrás del plástico acechan y lanzan anzuelos a la mar embravecida de oídos que a pesar de avecinarse adversos toman el trago y recogen el guante porque el envoltorio es un dulce y el premio la carcajada crítica del autor que viene desde el espacio con su voz mutante y fresca como calle transitada en la que un imán recoge las esquirlas que sobreviven las palabras en la atmósfera.