Sus dedos, tres, cuatro… Y el piano de piel lenta y fácil. Ella, al fondo o al costado, se inclinaba detrás de las notas. El sentido recogido y una reunión de hebras de silencio. La faz cómoda de los días y la partitura abierta y la palabra. La palabra sola dispuesta para el auditorio. Recorrer los oídos con una nota límpida de sí misma. ¿Debussy?, no. al soltarla los visitantes sumaban 6. Quiso que el epílogo fuese su gama. Arrojadas en el oído musical, imposible contenerse. Y de su corpiño indeleble extrajo una pena tonta y al extenderse en el vacío de la otra música, el piano había desaparecido. Y también sus diez dedos, Mirántipa.