Este es un corsario, no es un pirata; trajo ante mí el pez de oro, de churata. Versión conspirada. La maravilla de la copia sin edición, ni corrección, la entrega alterada.
Los descendientes de Churata hacen aquello con el texto. No es un ataque, como podría suponer un necio occidental como el que escribe –alguien en quien estos múltiples viajes por esta tierra dura, exigente, salvaje y por todo esto mismo incansablemente maravillosa no alcanzan a doblegar el “accidente”. No es un ataque, ¿el significante vulnerado por la inconsciencia? La Academia no me suena dentro del canto del viento sikuri, ni brilla como el sol que me ha arrugado y tostado durante los últimos días frente al mar altiplánico.
Mejor, sí, llamémoslo ataque, tan esbelta palabra de músculos tónicos y tanáticos. Ataque gráfico a destajo; iterativo fastidio que ahora cuestiono y que incluye /únicamente con el poder del escáner/ en el canon underground de los mercados este pez dorado que huye él mismo de su alfabeto castellano*.
Kukani. Elake. Wikuña.
¿qué letra te contiene verso altiplánico? ¿qué horada o ladra o grava, tú, tenor de lo alto? ¿quién resistirá a tu polémica? ¿quién, constante, terco sufrirá para alcanzarte o sortear con dolor y retraso tu recorrido?
*continuando mi viaje, en Cusco, encontré en la librería del CBC un texto del boletín Titikaka sobre su particular opción ortografía.