Ramdame tiene esquirlas de balas argelinas en el brazo. Ramdame es amazigh y presume de Zidane. Ramdame domina las magias mecánicas: Lo he visto recrear sistemas de iluminación en una cava parisina; me enseñó el uso de los dispositivos de destrucción. Elementales como la comba, el cincel, el mazo, la pata de cabra; sofisticados como el martillo neumático y la tronçonneuse. No usaba guantes porque nos hacen perder sensibilidad. Adoraba los detalles y la pulcritud. Sabía controlar sus tiempos, sus recursos, sus fuerzas. Me adoptó luego de medirme un buen tiempo.
Lyonel me llevó a Boulogne para demoler los interiores de una casa frente al estadio Roland Garrós. Yo no sabía hacer nada. Llevaba una semana limpiando patios, almacenes en el norte. Ramdame fue duro con sus palabras y su destreza me dejaba constantemente en ridículo. Sin embargo, pese a los antecedentes marciales, su paciencia e inteligencia ilimitadas, nuestra semejanza inmigrante, nuestro tercermundismo, nuestra nostalgia, nos hicieron comer kilos de carbón, de cal, juntos; distribuir sabiamente los botines y las tareas… compartir nuestras culturas tan idénticas distantes.
Este bereber presenció mi rito de pasaje en una oficina palaciega en el dieciséis cuando el vidrio de la ventana aquella se partió en mi antebrazo derecho que él cubrió inmediatamente deteniendo la hemorragia.
Ramdame ha sido mi compañero, mi amigo, mi cómplice, mi hermano mayor, mi padre, mi maestro.
¡Azul Fellak, Ramdame!