discreto obstáculo de la burguesía

interculturalidad

No conozco mucho de Gérard Mortier, sólo que está pronto a terminar su temporada como director del Ópera de París y que durante ella logró atraer a un público más joven y de estratos sociales que antes no accedían a espectáculos de este tipo. Mi atención sobre Monsieur Mortier fue atraída por una nota de El Comercio a raíz de una entrevista que concedió a Le Monde. En ella Mortier se lamenta de la burguesía francesa asistente al Ópera: “Su gran defecto es que tiene una opinión sobre todo, incluso sobre aquello que no conocen. Es esto que yo llamo el lado Madame Verdurin del público francés…”

Mortier es un curioso gestor cultural que ha apostado por modernizar el repertorio del Ópera, con espectáculos de vanguardia y además lo ha hecho accesible a públicos masivos. Su obstáculo mayor para la innovación es la burguesía. Dijo a Le Monde que había “recibido cartas insultando el trabajo para Tristan de Bill Viola, uno de los más grandes artistas de hoy. Esta ópera no siempre tiene el público que se merece…”

Mortier sabe que la ópera es sinónimo de burguesía por excelencia y que el Ópera ha sido su santuario y también que quienes pueden pagar buenos lugares en este teatro son los burgueses. Él ha hecho lo que ha podido. Sin embargo, mientras los devotos del “arte culto”, como obligados fanáticos de un esteta humanista que no poseen ni comparten, no toleren la novedad de permitirle a Viola intervenir el genio de Wagner con su poesía visual, ni Mortier ni nadie podrá trabajar tranquilo en el mundo creativo.

Ah, mon cher Gérard, no imaginas siquiera que del otro lado del mundo sufrimos de esa ola en Sudamérica. Aquí también tenemos nuestras Madame Verdurin, estereotipos del arribismo. No son personajes de Proust lamentablemente, ya no hablan francés, en el mejor de los casos algunas palabras de inglés. Aquí en Lima, chola virreinal, no existe el Ópera, toma doce años reconstruir el Teatro Municipal porque igual da Larcomar. Aquí, nuestra burguesía ha continuado extirpando las idolatrías, comprensiblemente (al mismo tiempo ha cedido su centro histórico a los indios y migrado a la falda del ande). Se defiende como puede de su propio inga o mandinga, exponiendo su ignorancia y huachafería. En sus medios como pequeños y contados clanes prehistóricos siguen dictando las leyes del arte que sólo ellos siguen porque todo lo otro no existe.

Sin embargo, algo hay en común con el caso parisino, aquí tampoco la Cultura tiene siempre el público que se merece.

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