Los artistas buriladores concurren con sus producciones al mercado de las ciudades vecinas y a las ferias periódicas de pueblos aledaños. Así llegan a la afamada feria de Huancayo, y asientan su tienda en tierra de los huancas, en el extendido y próspero valle del alto Mantaro, densamente poblado por agricultores y ganaderos que poseen arraigado sentido del “ayllu” indígena. Con los productos de la tierra y con sus industrias vernaculares de tintorería, tejidos y objetos de arte popular que ofrecen a la venta en las ferias dominicales, llevan una vida de sencilla prosperidad. Los buriladores huantinos, con su concurrencia a las ferias y con su residencia posterior, estimulan en el arte del buril, a los huancas, éstos al cabo de corto periodo imitativo logran producir su propio “mate”, de marcada visión india, no criolla, como la del huantino.
En la redonda calabaza, el indio huanca trata de verter su fantasía como mejor le place, liberándose de la tradición del mate huanta. Se vale de todos los elementos que ha visto, hasta el modernísimo aeroplano. Los toros y caballos adquieren formas de figuras fantásticas y los trenes se parecen a los de juguetes infantiles. Como el colorido atrae al huanca, logra efectos imprevistos entintando con tonos transparentes los diferentes campos del “azucarero”. Y va tan lejos en los propios medios de rebusca, que cambia totalmente el color de la calabaza y deja blancas huellas del buril. Estos mates preciosos pierden su utilidad, pues por ser cerrados, no tienen ninguna, pero representan una pieza decorativa original. A veces tonos tostados al fuego contrastan con anchos raspados de la corteza que perfilan las figuras indias en un ambiente grave; no aplican carbón en los cortes ni en los claros los dejan en blanco; tampoco emplean inscripciones. Los huancas no han sufrido tanto la presión de los dos imperios; los incas apenas si transformaron su dialecto y sus vestiduras, las que hasta hoy tienen arcaico sello de gran prestancia genuina; y aunque el Impero español les proporcionó nuevos animales y nuevos granos para el cultivo, de los que sacan óptimo provecho, su fuerza de clan se mantiene viva. En sus festividades católico-paganas se ve gran variedad de danzas con fuerte sabor indio y con marcada ironía en los bailes mestizos. También han transformado los edificios hogareños y religiosos ensayando elementos fundamentales de arquitectura de los “viracochas”; así la cúpula mediterránea, traída por España, tiene éxito en la imaginación india, que la ensaya en los hornos de panificación y en las torres de sus capillas e iglesias. Numerosas muestras de esta edificación emergen a ambos lados del río Mantaro en innumerables poblados indios del hermoso valle; la torre es una fusión, realizada sobre base india, de cuerpos cúbicos superpuestos, arcos para campanas y coronada con cúpula maciza y de forma ovoidea. En las casas los “canchones” indios se convierten en patios españoles, con anchos corredores y con aleros de tejados, o cubiertos de paja “ichu” que crece espesa y abundante en los llanos de las alturas. En estos planteles huancas, el acriollamiento se opera al revés de lo que ocurre más bajo del mismo río Mantaro, en la región de los indios “pocras”,donde surgiera la Huamanga española difundiendo el carácter mediterráneo en las densas comarcas indígenas. Este fenómeno de acriollamiento se debió sin duda a que el asiento de españoles en la región de Ayacucho fue militarmente fuerte ya que en los valles cálidos se introdujo el cultivo de frutos del Mediterráneo y del Caribe con mucho éxito hasta lograr que la caña de azúcar fuera la planta básica de prosperidad y asegurara una vida económica cómoda y floreciente. Los hombres huancas en las tierras frías, adaptando los pocos cultivos mediterráneos que la naturaleza favorece y también la ganadería lanar, vacuna y caballar sin llevar modificaciones esenciales a la estructura de las antiguas comunidades, que hasta hoy subsisten y rigen la vida económico-rural, han podido mantener ese arcaico sello de raza en muchas de sus actividades. Y así mantienen su propio contenido espiritual, predominante no sólo en sus viejo ayllu sino en las manifestaciones artísticas que las expresan con intensidad y fantasía antigua. Son los huancas “collas” redivivos en las comarcas del valle del Mantaro y entre los “pocras” del Bajo Mantaro.

La calabaza no es un fruto genuino de la zona vegetal huanca. Los “huancas” en la antigüedad fueron alfareros de forma sobria y de colorido grave y armonioso. En las fuinas de “Huancánhuari”, en los alrededores de Huancayo, se han encontrado piezas en cerámica y en metales de alto valor artístico, de rotundo carácter “colla”. El “mate” huanca es vigoroso en la fantasía de forma y en la novedad de colorido. De la corteza del fruto, el artista ha obtenido más delicadas notas que las de todos los “mates” de otras regiones del Perú. La base de la originalidad está en la coloración que auxiliada por los tintes modernos cubren total o parcialmente la calabaza para dar lugar luego a que el cuchillo o el buril realice una fantástica enredadera de motivos y ritmos admirablemente equilibrados. Los huancas cortan y raspan anchos espacios que dejan en blanco combinados con el natural del fruto, los matices del fierro candente y los colores que le aplican. La mano con fuerte aptitud estética usa una técnica audaz e instintiva. Los elementos decorativos son glosa de la vida campesina y los motivos que les ofrecen en el aire y en la superficie, las formas de la industria moderna, involucrando todos los elementos en la rueda arcaica de la fantasía india.
En nuestros días se destacan, entre todos los “mates” que se decoran en el Perú, los dos tipos del Mantaro; el del Alto Mantaro, con acento indio-criollo, y el del Bajo Mantaro con acento hispano-criollo. Ambos revelan un contenido plástico ancestral persistente como genuina expresión del espíritu del viejo y nuevo Perú se ha visto ya que en la prestigiosa zona artística antigua de la Costa norte no se mantuvo en el “mate” ornamentado la calidad de los tiempos pasados, pero en la intensa vida colonial surgida en tan fértiles tierras, el caballo tuvo tan fuerte atracción que en la vida de rango criollo surgió poco a poco el arte de ornamentarlo con un rica arzonería que es muy característica. En las diferentes piezas del enjaezado en que intervienen metales, cueros, fibras vegetales y animales y también madera, indios y criollos encontraron nueva oportunidad artística en el labrado de estribos de “zapote” con cantoneras argentadas y en cincelado de estriberas de plata para “amazonas” y de guarniciones y espuelas primorosas que enorgullecían a los jinetes y artesanos. En lo cueros embutidos y repujados se perciben los decoradores criollos, robustos, armoniosos y fantásticos, como fueron los de los “mates” antiguos. El artesano vernacular encontró interés estético y económico en ese arte del enjaezado y los viejos decoradores de cerámica y de “mates” descubrieron así otros rumbos para su temperamento. Puede afirmarse, en resumen, que todas las zonas de sedimento indio mantienen su propia “madera” artística, su temperamento plástico con el que se expresan vinculando sus ritmos con los de la invasión hispana e interpretando los elementos de nuestros días con la certera visión de su fuerza ingenua.
El “mate” como forma natural plástica, con su tentadora piel lista para el tatuaje decorativo, ha sido y es el cuerpo tradicional sobre el que la evolución artística peruana vernacular marca su historia. En el “mate” se hace presente el lirismo popular en forma de figuras, algunas de las cuales reflejan y concretan toda una comarca.
También en la ciudad principal del Imperio español, de formación hispana, cuando el mundo criollo llega a la plenitud, aparece, cantando en dibujos, su “aeda” genuino, el criollazo Pancho Fierro, quien si hubiera nacido en las riberas del Mantaro y no en el Rímac, habría sido, por su procedencia de mata popular, un maestro burilador de “mates”.
En el año 1930 muere en Huancayo Mariano Flórez, el “champion” de los buriladores huantinos y maestro de buriladores huancas, viejo mestizo bohemio de ojos astutos, con mucha malicia en la expresión y pasmosa habilidad en el buril. Sus primorosas obras, inconfundibles de factura y de intención se encuentran en el país y en el extranjero como exponentes del arte vernacular peruano o como simple curiosidad “nativa”. En Huanta, su tierra natal, en el interesante pequeño museo municipal, se conservan con orgullo algunas piezas notables, “mates” y “azucareros”, exquisitas de factura e intensas de expresión criolla, equiparables a las acuarelas de su émulo Pancho Fierro, el enjundioso dibujante del Rímac.
Sabogal, José. Mates burilados. Arte vernacular peruano. Lima, Ediciones Kuntur. 1987. pp. 26-30.