Londres, 1 de agosto de 1839
¡Oh! Gracias por su carta, mi querida Olympe. ¡Acaba de caer como una gota de rocío sobre mi corazón! Figúrese, querida, que ya van seis días que hace un tiempo bandido (como diría Chabrié). Hace seis días que no ha pasado una sola hora sin llover. Sin embargo, seamos justos, hay variedad –truenos, viento, granizo, nieve, frío más o menos penetrante, más o menos vivo–. Aquello que llamamos cielo y que se compone en todas partes de sol, estrellas, capas azules o grupos de nubes de diversos colores es aquí es un enorme lecho de plumas grises oscuras descendentes que se funde en aguas sobre la gigantesca y sombría ciudad. –Definitivamente este país solo podría encantarle a los patos– En lo que respecta a los hombres condenados a patinar en el fango y a los desafortunados gatos que carecen incluso del inocente gozo de pasearse sobre los canalones, ¡su existencia es aquí profundamente miserable! En estos momentos me encuentro sola en mi cuarto –luego de hacer la cena más lamentable que un proletario o un Paria podría hacer– Tenía una invitación en la ciudad, pero aquí las invitaciones cuestan caro –en vestido, en carro, en shellings para los domésticos, por último, en aburrimiento, que ahora acepto el mínimo que puedo– ¡Oh, París, ¿dónde estás?
El correo no pudo llegar ayer por causa del mal tiempo. Tiemblo de miedo por mi travesía –¡me enfermo tanto en el mar! ¡Bah! Olvidemos todo eso –voy a releer su carta.
Usted bien sabe, mujer extraña, que su carta me hace estremecer de placer…
Usted dice que me ama – que yo la magnetizo, que la llevo al éxtasis.

¿Juega usted conmigo, tal vez? Pero… tenga usted cuidado –hace buen tiempo tengo el deseo de ser amada apasionadamente por una mujer– ¡Cómo quisiera ser un hombre para ser amado por una mujer! –Siento, querida Olympe, que he llegado a un punto en el que el amor de ningún hombre sabría satisfacerme; ¿el de una mujer, quizás? La mujer tiene tanto poder en el corazón, en la imaginación, tantos recursos en el espíritu – Pero, usted me dirá, no pudiendo existir la atracción física entre dos personas del mismo sexo, este amor canto apasionado, exaltado, que usted sueña no podría realizarse de mujer a mujer – Sí y no – Existe una edad en que el deseo cambia de lugar, es decir, el cerebro lo engloba todo – ¡Pero todo lo que escribo va a parecerle una locura! Desgraciadamente, usted no comprende, ¡Oh, Dios! la mujer, el hombre, la naturaleza como yo las comprendo – Es absolutamente necesario que haga este invierno un curso para usted y dos o tres más de mis simpatías – Ahora vivo una vida inmensa – completa – es necesario, querida hermana, que la haga creer en mi vida. Mi alma, por así decirlo, está liberada de su envoltura; vivo con las almas. Me identifico tanto con las almas, sobre todo con aquellas que están un poco más en sintonía con la mía, que puede decirse que tomo posesión de ellas. Desde hace mucho yo la poseo – sí, Olympe, respiro por su pecho y por todas las pulsaciones de su corazón – Es necesario que un día, a riesgo de horrorizarla, todo lo que usted lamenta, todo lo que desea – y de qué mal sufre. – El poder de ver más allá es la cosa más natural – Eso es todo. Simplemente un alma que tiene el poder de leer lo que le sucede a otras almas – el magnetismo no es más que la superioridad de fluidos de un individuo sobre los fluidos de otro. Ve usted, querida, que para mí el amor, quiero decir, el amor verdadero, no puede existir más que de un alma a otra – y es muy fácil concebir el amor – dos mujeres pueden amarse con amor – dos hombres ídem – Todo esto para decirle que, en este momento, siento una sed ardiente de ser amada. Pero soy ambiciosa, exigente, tan golosa o sibarita a la vez que todo aquello que me ofrecen no me satisface en lo más mínimo – Mi corazón se compara a la boca de los ingleses – es un abismo en el que todo lo que cae es triturado, aplastado y desaparece.
[…]
Fragmento traducido por Carlos Estela.
La carta en cuestión aparece en la correspondencia establecida por Stéphane Michaud: Flora Tristan. La Paria et son rêve. Paris, Presses Sorbonne Nouvelle, 2003.