LOS PRESTIGIOS ALDEANOS
(Temas vulgares)
A Esteban Pavletich, vertical espíritu nuevo, ausente en México.
HORA es ya que nosotros, los que en alguna forma nos ocupamos de Huánuco, tratemos de encauzar y clasificar nuestros anhelos y nuestras futuras realizaciones.
A la juventud que empieza a manifestarse en las urbes y centros de importancia, levantando y propagando el nombre de Huánuco; a la nueva juventud que no tiene el bajo deseo de medrar y obtener interés particular, debe tocarle, entre otras labores, la dura tarea de negar. Negar ciertos falsos prestigios que, dada la miopía e ignorancia de una ciudad pequeña como Huánuco, pasan como «grandes figuras», «personas de respeto», «hombres inteligentes», «espíritus cultos», «verdaderas esperanzas», etc. Estas zarandajas se escuchan a diario y se atribuyen allá a algún señor de dudosa moralidad, egoísmo inveterado, mediocridad resaltante y anonimismo nato.
Yo sé decir que los grandes hombres de Huánuco —me refiero a los vivos, a los que gozan de buena salud— no me merecen sino risa. Con sus bolsas repletas de centavos, con su egoísmo de aldeanos envejecidos y así tengan «título profesional», no merecen sino el juicio de la condenación.
¿Qué han hecho en beneficio del departamento? ¿Qué por el indio al que explotan y desdeñan con «gran nobleza» e ignorancia propia de advenedizos y extranjerizantes? ¿Cómo han prestigiado a Huánuco esas «grandes figuras», esas «gentes decentes y de cuna», fuera de las paredes de sus casas?
Que lo digan los analfabetos y sus parientes o favorecidos, que aquellas gentes son «honra de la ciudad». Que los califiquen así los que no saben qué es «honor y honra». No basta nombrar héroes o santos a los individuos para que lo sean. Que hayan tenido buen cuidado de no meterse con nadie, de no deber nada y de carecer de ideas y actitudes propias, que sean apenas individuos rumiadores de vejeces y cobardías, no basta para tenerlos como «grandes hombres».
Yo sé que en Huánuco se hacen famas más fácilmente que en un amanecer. Veinte o treinta años de prestigio local, de permanente anonimato, de manosear papeles viejos y salir escribiendo dos o tres articulillos, un prologuito al fin; no merece sino lastimosas risas.
A la generación anterior que gasta fortuna y prestigios, seudomodesta y pasiva, la juventud de hoy —viril y libre y no frailuna— no tiene más que negar.
Desdeñamos, pues, los falsos valores locales, los que pudiendo haber hecho algo —ideado, protestado, etc.— a su tiempo; gozan hoy de comodidades, arrobados por una vejez vacua, sosa, inútil.
Como deber histórico de nuestra generación, nos toca rechazarlos, desdeñarlos. Rechacemos también las comodidades mediocres, los «tan amados cargos públicos» que traen «solvencia económica y social»; y prefiramos los duros días de lucha, el hambre y la prisión; altivez y dignidad por el bienestar de la mayoría. Dando así verdaderos galardones a nuestra ciudad, en los nuevos caminos de la historia.
1927